viernes, 23 de noviembre de 2007

COMING HOME










Un día es un día y llegó, espléndido como el de la llegada, sensaciones
maravillosas para el cuerpo como el que me brindó el tuyo y ahora, quizás, este listo para devolvértelas todas...

Nunca, como desde hace años,
el verde penetra en los ojos, los aromas, aromas viejos de infancia y adolescencia retornan en un paisaje diferente, sin embargo siendo los mismos tienen otro sentido, el de no pertenencia. Nos rodeamos de las cosas que en nuestra infancia nos marcaron como huella indeleble, nos hicieron crecer, nos acompañaron y no abandonan.




¿Porqué? Que diferencia hay entre un “yanki” y yo cuándo rodeados de los mismos aromas reconocibles para ambos ¿nos comportamos y sentimos de formas diferentes? que sentiría uno de ellos allá en el paisíto, en sus costas o en los montes de pinos y eucaliptos.








Como hacer, que somos y que queremos, son las preguntas. Fernando vive aquí pero no está quizás en este lugar, el suyo está muy lejos, embotelló el aroma, se sumergió en la familia, habla como “yanki” , siente en castellano o a esta altura en ambos.




Los días nos acompañaron en una búsqueda inconclusa, sin saber mucho del otro, solo intuyendo, observando sus rutinas, sus viajes de ida y vuelta ¡que lindo
y que extraño es todo! no encuentro palabras para encontrar respuestas a preguntas no pronunciadas, que dejan un espacio en algún lugar, quizás, en el del alma.


Está, eso sí, la música que da sentido y color a su vida,
su familia con la cuál suplió toda su vida fuera,
rodeados de confort
que “te gana”, te embruja y te deja en estado de alerta, te hace pensar en una charla de verdad sobre como sentís, que esperás de la vida o simplemente no esperar nada y ahí está la clave, transitarla, sorberla como estos días de caminata, bicicleta, aire llenando nuestra consciencia y nuestros pulmones.del placer que dan los días, el largo camino que rodea el Missippi, la vida tan diferente e igual de corta.



Hablé con Fernando por segunda vez desde el aeropuerto, la voz se tornó ronca, se cortó, pareciéndose a esas nubes que nublan la vista desde el
avión.
Retornan a la memoria los momentos vividos, los
paseos, sus gentes y sus casas de lujo, las de colores empobrecidos por el tiempo, las huellas del huracán.




Aquella mujer, los pies hundidos en el agua,
los vapores del motor detenido y en su cara
el desánimo por la tormenta, la desesperación
o aquellos muchachos voluntarios reconstruyendo
los desastres provocados por la inundación,
la niña negra fotografiada en el festival y el
beneplácito paterno, aquellos senos blancos

que amamantaban sin rubores bajo la camisa negra,


sombreros multicolores, leyendas de más "diques"
y menos guerras, el sonido de los vientos,

saxos, clarinetes y trombones,
repiques de tambores que traen consigo

resonares ancestrales de mas allá del Atlántico,
alma y raíz del jazz obligadamente traídos

por el esclavizador blanco
y de aquel desprecio y el de hoy,
mira, considera, aplaude y baila a la vez
porque eso tiene la música, iguala a negros y blancos,
ricos y pobres, explotados y explotadores,
más saxos, más trombones, más trompetas,
que no toquen llamadas de guerra,
que acaben con la desigualdad,

para eso necesitamos mucho pero mucho JAZZ
como en las calles y plazas del French Quartet...
estallaba la música en todos lados.

O.D.G.